lunes, agosto 30, 2010

Perpetuum mobile

Pasa el tiempo, suben y bajan las mareas, sale el sol y se pone, crecen las lunas y continúan menguando, pasan los años y ahí seguimos, frente al mar como dice Villoro, avistando el horizonte sin que se produzcan novedades: el Barça continúa su delicioso romance con el fútbol y el Madrid su corajudo empeño por recuperar la magia perdida. Venimos de una historia por todos conocida, una historia que en un bando empieza en Cruyff, enlaza con Van Gaal y se recupera con Rijkaard para que Guardiola la perfeccione. Una historia de toque y posesión, de juego atacante pero siempre combinativo, donde el éxito nunca es fruto del golpe directo sino del cortejo y el arrumaco, buscando mimar el cuero, construir un castillo virtual, enamorar al público, respetar unas reglas de oro, las tablas sagradas del barcelonismo, la constitución culé. Del otro lado, la historia de los últimos años es la búsqueda del tiempo perdido. Un club gigantesco “à la recherche” de la identidad futbolística, zozobrando de entrenador en entrenador, fichando estrellas a puñados, rompiendo los moldes económicos, subiendo la roca de Sísifo sin comprender las debilidades propias.

Años más tarde estamos en el mismo sitio, frente al mismo mar, con los dos bandos en idéntica actitud: unos partiendo de premisas tan indiscutibles que no hay crack universal que las pueda subvertir; los otros, acumulando estrellas para encontrar la fórmula mágica. El Barça es capaz de prescindir de un futbolista fenomenal como Ibrahimovic (y de paso, quedar mundialmente en ridículo tras un fiasco financiero de primera magnitud) por el simple hecho que no aceptó las reglas del juego colectivo. Entre el vestuario y la estrella, Guardiola eligió al vestuario aunque la decisión le haya supuesto otro desgaste muy duro en lo personal tras los errores con Chygrynskiy, Hleb y Cáceres. Ha priorizado la maquinaria colectiva en vez de protegerse a sí mismo lo que debería valorarse como cabe por más que algunos ya afilen los puñales. Tampoco en eso ha cambiado el barcelonismo, segmentado en quienes cargan contra el entrenador frente a los que desean apuñalar al presidente.

Como el buscador de oro que ha encontrado las primeras pepitas, el Pep Team sigue profundizando en el filón dorado. No le basta con lo ganado, sino que ambiciona más y mejor. Los jugadores fundamentales mejoran con el paso del tiempo; los canteranos aportan aún más descaro; los nuevos llegan con ambiciones inagotables. El entrenador multiplica las variantes, perfecciona las posiciones, incrementa las alternativas. Guardiola ha roto las pizarras y puesto en práctica el gran manual de la ocupación de espacios y el dominio de la posición. Más que cualquier esquema, el Barça es magma, mezcla, fusión: el movimiento perpetuo, perpetuum mobile, la rotación incesante en ataque, la imprevisibilidad como arma decisiva. Quien se enfrente a este Barça ya no se enfrenta a una lección aprendida, sino a un libro abierto que se escribe en vivo y en directo.

En el otro bando, Mourinho ha tomado el mando, desplazando al presidente a las sombras mediáticas. Es la primera vez que ocurre en una década, pero sus efectos aún no se perciben en el equipo, que todavía no refleja la mano del fenomenal entrenador portugués. Sin nuevos cracks, pero contratando excelentes jugadores, el Mourinhato apenas ha arrancado desde el punto de vista futbolístico. De momento ha puesto las bases: entrenamiento serio, rigor táctico, organización defensiva, prioridad a los que trabajan. Buenas bases que aún no alcanzan al terreno de juego, donde el Madrid sigue entonando la misma vieja melodía, intentando recorrer a golpes el larguísimo camino emprendido en busca de la identidad perdida.