¡ Cálmense, señores culés, cálmense ! Los ríos de baba que inundan Canaletas pueden poner en peligro la estabilidad del país. El Barça es una máquina, el mejor espectáculo futbolístico de Europa, el mejor fútbol estético del mundo, una ensoñación, un juego indescriptible, una eficacia demoledora, una belleza insospechada. Por supuesto, pero cálmense. Una vez vistos y revistos Chelsea, Arsenal, Manchester, Liverpool, Juve, Milan, Inter, Bayern, Werder Bremen, Olympique de Lyon y demás equipazos, todos parecen escasos de juego, flojos de remos, carentes de talento en comparación con esta “máquina” de Rijkaard. Si ahora mismo les pregunto qué puesto ocuparía el gran Thierry Henry en este Barça seguro que me dirán que el banquillo. Nadie apostaría por la sustitución no sólo de Ronaldinho, Etoo o Messi, sino tampoco por la de Deco o Xavi. Disfruten de la inmensa hermosura de este equipo, pero cálmense e imiten a los jugadores en su tranquilidad porque todo está aún por hacer: los títulos de Liga y Champions andan todavía muy lejos, el Madrid sólo está a 6 puntos y ahí al fondo espera agazapado en marzo cualquiera de los grandes de Europa apenas regrese Etoo de su inoportuno viaje a la Copa de África.
Lo más llamativo quizás sea la dinámica tan distinta que protagonizan Barça y Madrid. Es posible que si los de Luxemburgo no anduvieran tan derruidos futbolísticamente, tan hundidos anímicamente y tan estropeados físicamente el Barça de Ronaldinho no luciría tan espectacularmente. La noche oscura permite apreciar las estrellas en su máximo refulgor. La oscuridad del Madrid, negritud pura pese al empate in extremis, acrecienta el brillo del Barça. El aficionado suplica que los partidos del Barça no terminen nunca, mientras el madridista ruega que acaben pronto los suyos. La dinámica triunfal de los barcelonistas provoca que cualquier recambio mejore su nivel, salga de una lesión, de mes y medio de recuperación o simplemente del banquillo permanente. La dinámica destructiva de los madridistas provoca que Robinho parezca un petardo, Baptista un tuerto y Sergio Ramos un descerebrado, lo que no se corresponde con el talento que atesoran en la realidad. ¿Estaríamos de acuerdo en que la abismal diferencia de fútbol que presentan Barça y Madrid se debe por igual al talento real de sus jugadores como a las dinámicas colectivas que han creado sus entrenadores (y sus presidentes)?
El resultado del Barça ante el Rácing (4-1, penalti más que dudoso, pero fallado, y una montaña de ocasiones) es el idóneo para proseguir esta dinámica exponencialmente positiva que hoy mismo se incrementará con la entrega del Balón de Oro a Ronaldinho. Una dinámica a la que colabora en gran medida la humildad con que los jugadores asumen los triunfos. Por el contrario, el empate a dos del Madrid en Anoeta es el peor escenario imaginable para el propio equipo: empate heroico, remontada importante, penalti inexistente en contra, frío, lluvia, épica y coraje. Luxemburgo salva así la cabeza (aunque su actitud y algún cambio de ayer apuntaban a que en realidad deseaba que le echaran) y cierra con la Real Sociedad un círculo asombroso y desconcertante que empezó hace casi un año con un “partido-milagro” de seis minutos y ha transcurrido sin el más leve atisbo de expresar un estilo de juego, pero con Roberto Carlos proclamando su estrés y su marcha inmediata y Guti retratado como el chico caprichoso que cuando no es titular se inventa lesiones.
El rostro madridista refleja ese caos infinito. Beckham es la crispación; Ramos el desespero; Robinho la incomprensión; Guti la histeria; Florentino la exasperación; Casillas el hartazgo; Roberto Carlos la depresión; Luxemburgo el desconcierto. Ni siquiera un empate heroico en dos minutos resulta ya creíble en la capital, harta de tanto cataplasma y que interpreta el resultado como una condena a seguir aguantando a Luxemburgo otra semana y a Florentino bastante rato más, mientras el Barça se dispara en eficacia, colecciona adjetivos y enamora en estética.
Dijo Valdano hace tiempo que “la ruptura de un equipo depende de muy poca cosa. De un accidente, del capricho de un jugador, del desgaste, de situaciones que por acumulación provocan crisis...”. De todo ello hay de sobra en este Madrid.