Si a los 14 futbolistas
que jugaron en el Bernabéu se le añaden el central en mejor estado de forma
(Mascherano), un lateral que puede jugar en las cuatro esquinas del campo
(Adriano), el centrocampista emergente (Thiago) y un extremo guardioliano puro
(Cuenca), resulta que el entrenador del Barça dispone de 18 titulares, algo
jamás visto ni siquiera imaginado en las cuatro temporadas de Pep al frente del
equipo. Así que, tras un inicio trastabilleante de curso, el técnico se planta
en el Mundial de Clubes con más herramientas que nunca para seguir
evolucionando y construyendo la leyenda de este equipo ya histórico.
El Barça 4.0 pasa por el
centro del campo. Siempre fue así, pero ahora lo es mucho más. Si Guardiola
cree que el fútbol es de los centrocampistas, lo está demostrando con esa
decisión de alinear cuatro de ellos por partido, sea en forma de rombo, de
trapecio o de diamante a base de incluir en él a Leo Messi, que ha dejado de
ser falso 9 para convertirse en un líbero por toda la cancha. Reforzar su punto
fuerte: esa ha sido la decisión estratégica de Pep. En vez de blindar sus
debilidades ha reforzado sus fortalezas. Más centrocampistas y del mismo
perfil. Clónicos de Xavi e Iniesta, el modelo a seguir.
Semejante apuesta atenta
contra uno de los pilares del fútbol tradicional: el Principio de
Complementariedad, que pretende equilibrar siempre las cualidades dentro de un
mismo equipo, ubicando a un destructor al lado del creativo, músculo junto al
cerebro. Guardiola busca el efecto opuesto: juntar gente similar para darle aún
más fuerza a su propuesta: junto a un creador, otro creador. Y junto a éste,
otro más. Muerte a los complementos, apuesta por los iguales. Entendiendo que
en cada uno de ellos se contiene el modelo completo de juego (Principio
Hologramático definido por Óscar Cano).
La decisión conlleva una
consecuencia inevitable: Si refuerzas con mayor número de centrocampistas
iguales, deberás reducir el número de defensas. A Pep no le importa lo más
mínimo. Su defensas de tres apenas tiene riesgos si su equipo es capaz de
cumplir la premisa básica: someter al rival a partir del juego de posición y el
dominio del balón. De ahí que grandes estadios como San Siro o el Bernabéu
hayan vivido la escenificación de dicha defensa escuálida: en todos esos
partidos, el Barça se adueñó del balón y sometió al rival. No importó con
cuántos defensas defendiera.
Aún menos le preocupa con
cuantos atacantes nominales salta al campo. Todos llegan. No están, pero
aparecen. Hay días que precisa situar dos extremos muy abiertos en bandas para
estirar la defensa rival como quien tensa un mantel antes de colocarlo sobre la
mesa. En otros, falsea todo el ataque, como ante el Real Madrid, frente al que
sólo jugó Alexis Sánchez de atacante, aunque interpretando diversos papeles
según marcaba el guión que iba dictando Guardiola. La consecuencia de todo ello
es que donde antes había delanteros, subdivididos a su vez en delantero centro
o extremos, ahora simplemente hay atacantes: de lo especializado a lo genérico,
guiño interesante.
Cesc Fàbregas ejemplifica
todo lo anterior. Fichado como teórico hilo conductor entre Xavi e Iniesta y la
pléyade de jovencitos que florecen en La Masia (Thiago, Sergi Roberto, Espinosa,
Samper, Kaptoum…), en realidad ha sido reconvertido de arquitecto en pistolero.
Le esperábamos en la base creativa junto (o en lugar de) Xavi y le encontramos
de falso 9 supliendo a Messi, transformado en atacante universal, que igual
llega por dentro para acariciar en cien toques que por fuera para cabecear como
un inglés testarudo. Reinventado o quizás esperando a reaprender lo que olvidó
del idioma Barça.
No todo es idílico, sin
embargo, y David Villa sería el paradigma de la dificultad adaptativa. En Villa
confluyen dos crisis: la goleadora, una crisis clásica, que no despertaría más
revuelo que el propio del rematador encasquillado a la espera de mejores días;
y la de adaptación a un estilo de juego que exige de sus intérpretes una
metamorfosis inusitada. Con voluntad de hierro, el Guaje pelea por seguir
reformateándose, pero en la competencia le superan dos hijos de la casa (Pedro
y Cuenca), que juegan de memoria y a ciegas, y el chileno Alexis, un diamante
en bruto al que Guardiola parece decidido en convertir en atacante demoledor.
- Colaboración para En Línea de Gol
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