La cima está ahí delante, a pocos metros. Exactamente, a catorce días y noventa minutos de distancia. Queda el último gran esfuerzo, palabras mayores tras un mes y medio de batallas infernales, sprint final de nueve meses demoníacos en los que se juntaron todos los elementos para una catástrofe: varios rivales formidables; una presión externa de inexplicable catadura; la exigencia de volver a vencer tras haberlo ganado todo; lesiones crónicas, enfermedades graves, carencias estructurales... Una panoplia de problemas y obstáculos que permitía pronosticar el derrumbamiento del Pep Team o, por lo menos, un tropiezo mayúsculo en temporada post-Mundial, sinónimo de cataclismo físico y agotamiento mental. Sin embargo, la cima vuelve a estar ahí y cabe preguntarse por qué lo han vuelto a conseguir.
Pienso que no es por la idea futbolística que impregna al Barça, ni por su delicioso estilo de juego, ni por la fidelidad inquebrantable a esas raíces ofensivas. Ni por el toque y el juego de posición, ni por razones tácticas ni técnicas, ni tampoco por el indiscutible talento de las individualidades, varios de ellos entre los mejores del mundo sin discusión. Tampoco por el liderazgo descomunal de Guardiola, confirmado en las horas buenas con el respeto perpetuo a los rivales y, también en los momentos crispados, mediante algún puñetazo sobre la mesa. Pienso que la clave final de tanto éxito continuado reside en el carácter competitivo del grupo. Los que forman este grupo tomaron la decisión de competir siempre, ocurriera lo que ocurriera en el exterior, pasara lo que pasara, se venciera o se perdiera, soplara el viento a favor o en contra. Ellos estarían ahí siempre: compitiendo. Sin falsas confianzas, ni autosatisfacción; sin rutinas ni adocenamiento. Compitiendo como si se tratara del primer día y todo estuviese por hacer y por demostrar. Este rasgo del carácter es la esencia que permite sostenerse en el éxito y atacar cada año la cima con posibilidades de conquistarla.
El fin del ciclo de Guardiola no lo dictará Mourinho, ni el número de copas logradas, ni una desavenencia puntual con el presidente, ni siquiera un par de malos resultados que solivianten al entorno y a la grada. El ciclo de Guardiola depende del rostro que advierta cada mañana en sus hombres. Aquellos a quienes, justo antes de lanzarse a la gran batalla, dijo: ganad al Villarreal y Almería y yo os llevaré a Wembley. Esos rostros sin dudas ni vacilaciones serán el reloj que marcará las horas de Pep. Cuando perciba hastío o desgana; cuando advierta grietas y fracturas; cuando vea que el grupo ya no quiere seguir compitiendo por acceder a la cima, este ciclo habrá terminado. Mientras tanto, la cima ya está ahí. De nuevo.